Alguien dirá: "Ni con unos ni con otros". Pero las guerras simplifican el paisaje y obligan a escoger bando, a compartir trinchera con gente que a uno no le agrada. Y lo cierto es que el islam radical ha declarado la guerra a Occidente, así como a los musulmanes moderados de sus propios países. Es una guerra postmoderna, que no se librará con ejércitos convencionales (aunque las ofensivas de Estado Islámico en Siria o Irak sí se hacen con tanques), sino mediante golpes terroristas y una batalla psicológica de intimidación y condicionamiento cultural. Con atentados como el de París (continuador del asesinato de Theo Van Gogh, que preparaba un documental sobre la sumisión de la mujer en el islam, culpando de ello al Corán), los islamistas pretenden imponerle a Occidente sus propias reglas antiblasfemia: al Profeta y al Libro, ni tocarlos. LosCharlie Hebdo desafiaron valerosamente esa imposición y pagaron con la vida. Otros –más intelectualmente enjundiosos y menos gratuitamente ofensivos que Charlie–, como Salman Rushdie, Geert Wilders, Ayaan Hirsi Ali o Magdi Allam, han pagado con décadas de ocultamiento y protección policial permanente.
Aceptar las restricciones islámicas en materia de expresión sería iniciar el camino de la dhimmitud (el estatuto de ciudadanos de segunda que elislam reserva a los cristianos y judíos); el gesto de Charlie, por tanto, es traducible como un valiente "No seremos dhimmis". Ahora bien, para que esa posición sea coherente debería acreditarse una libertad total frente a cualesquiera tabúes: no sólo los del islam, sino también los de la corrección política. ¿Publicó Charlie Hebdo alguna vez salvajes sátiras racistas, homófobas, misóginas, antiizquierdistas? ¿Satirizó a líderes del movimiento gay con la misma saña que al Papa, a Jesucristo o a Mahoma?
El compromiso con la libertad de expresión sólo es creíble si opera con simetría, si verdaderamente no hay nada intocable: ni los dogmas de la Iglesia, ni los del feminismo, el liberacionismo sexual, el ecologismo y demás fes postmodernas. ¿Se aprecia esa coherencia en la Europa actual? No. Algunos de los que esta semana eran Charlie interpusieron demandas contra los obispos Reig Plà y Sebastián por "ofender a los gays" con sus declaraciones sobre la homosexualidad. Predicadores como Ake Green o Dale McAlpine han sido sancionados, no por exhortar a la violencia contra nadie (el único límite incuestionable de la libertad de expresión, junto a la calumnia), sino por infringir la ortodoxia feminista-homosexualista-relativista. Intereconomía sufrió una onerosa multa por contraponer el Día del Orgullo Gay al "día de la gente normal".