-¿Cuál era su intención con este libro?
-Los poderes políticos, económicos y mediáticos, que buscan incrementarse más y más, tienen como enemigo a “la naturaleza de la cosa”, es decir, a la verdad y a la auténtica realidad. Por muchas causas, los poderes han ido sustituyendo, ante las narices del pueblo, la unión conyugal real entre un hombre y una mujer por una serie de artificios que satisfacen sus intereses, bases y fines. Hoy la realidad natural de la unión conyugal se ha desvanecido en la babel de la legalidad vigente.
-¿Eso era ya previsible entonces?
-Sí, el apoderamiento político de la institución legal del matrimonio y su sometimiento a los dictados ideológicos hacían previsible la agonía de ese matrimonio que regulan las leyes, porque las ideologías de poder siempre han intentado construir una naturaleza humana alternativa, imponerla mediante leyes político-ideológicas, y en ella ocultar errores y miserias humanas disfrazándolas de progreso y libertad. Pero la naturaleza es muy terca. Basta con ver los pobres resultados que obtienen las fórmulas sexuales de imposición ideológica. Ninguna sociedad podría sostenerse sobre tales resultados, si no hubiera otro número de familias que cumplen satisfactoriamente, con mucho esfuerzo y sacrificio, las grandes funciones sociales estratégicas.
-¿Y en qué afecta eso al matrimonio?
-En materia de sexualidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Nunca han faltado la codicia, el dominio y la apropiación, la lujuria y las carencias de equilibrio psíquico, las relaciones interesadas, la utilización del otro simulando amor. En fin, las 1.000 variedades de la mentira, la maldad y el egoísmo. Son nuestro antiquísimo lado oscuro. Y el amor muere con la mentira, la maldad y el egoísmo.
-Lo contrario que la unión conyugal...
-El matrimonio es una construcción de gran excelencia, edificada a caballo de principios que civilizan: el amor personal incondicional, el consentimiento como libertad que sabe comprometerse, la entrega y la acogida definitivas, la fe y esperanza en la vida que está en la base del engendrar hijos, del amarlos más que a uno mismo, de cuidarlos y educarlos de los hijos, convirtiendo todo eso en la forma de convivir en intimidad de carne y sangre que llamamos familia fundada en la unión conyugal.
-¿Y no tiene todo eso que plasmarse en leyes?
-Sí, las realidades naturales requieren un reconocimiento legislativo, pero cualquier lector sabe que lo bueno y justo es desvirtuado cuando los detentadores de los poderes, simulando y mintiendo, no buscan el bien común de la gente, sino la imposición de su voluntad y de sus intereses, mediante la consecución de apoyos políticos que les garanticen la continuidad en el poder. Obviamente, esta corrupción no afecta sólo al matrimonio, que casi es una anécdota. Basta con hacer memoria de los casos de abuso, despilfarro, malversación o apropiación de dinero público.
-¿Por qué no son equiparables la familia natural y los modelos alternativos?
-Las familias de fundación matrimonial son el sostén de la sociedad: ellas tienen los hijos en número suficiente para garantizar el recambio generacional. Las alternativas tienen una mínima fecundidad, no digamos ya las homosexuales que no tienen ninguna. La familia, fundada en una unión conyugal fuerte y estable, cohesionan más profundamente a las generaciones entre abuelos, padres y nietos, transmiten mejor el patrimonio de valores y convicciones, son constante refugio ante los avatares de la vida. Claro que el peor enemigo de la familia es una mala familia, porque lo pésimo es la corrupción de lo óptimo.
Excerto de La Gaceta