março 30, 2015

A Paixão de Cristo e Ana Catalina Emmerick

La pasión de Jesús, que revivía con enorme dolor no sólo en su carne sino también en su espíritu, no fue la única revelación de Ana Catalina.


Un mediodía de 1798, la joven Ana Catalina oraba frente a un crucifijo, en la iglesia de los jesuitas de Koesfeld. Fervorosamente recogida, musitaba las palabras en voz baja, con exquisita prudencia, como si temiese molestar con su sola presencia. Apenas se atrevía a levantar la cabeza para mirar al Cristo crucificado.

Sin embargo, ese día todo fue distinto: en una insospechada sucesión de acontecimientos, la imagen de Nuestro Señor –aquella que observaba desde el recato de su timidez- se le acercó, ofreciéndole en una de sus manos una guirnalda de flores, y en la otra una corona de espinas. Invitada a elegir, Catalina tomó esta última, que el Señor le ayudó a ponerse en la cabeza. Ana Catalina portó la mística corona, que le causaría agudísimos dolores, desde ese día hasta el de su muerte.

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